jueves, 22 de octubre de 2015

Estamos de aniversario ¡Participa!

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viernes, 16 de octubre de 2015

Estamos de Aniversario ¡Participa!


Envíanos tu participación a través de comentario de blog o a través de nuestro correo electrónico: inspiracionrevistadigital@gmail.com

martes, 11 de agosto de 2015






Reseña hecha por Herica Pulgarín Hernández

Javier Berrio Lara, nace en Cartagena Colombia donde desde su niñez fue visionario sobre su futuro artístico, inspirado en el arte del Renacimiento a través de los grandes como Leonardo, Boticelli y Miguel Angel. A los 19 años se traslada a Medellín donde realiza sus estudios profesionales en Artes sin tener muy claro todavía su papel como artista. Fue más tarde que encontró personas que cuestionaron su quehacer artístico y empezó a mostrarse como creativo y dibujante. A través de referentes importantes como Scher, Murakamy y Giger se reinventa y crea un estilo propio, desbordando su pasión y grandilocuencia y logrando un manejo absoluto del blanco y negro utilizando como técnica la tinta china sobre papel o soportes varios.
Los invitamos a que conozcan esta gran obra: 








Niños y tecnología


Por Ana Rocío Sosa López


En la actualidad vivimos en una sociedad tecnológica, dependemos de ésta para realizar nuestras actividades diarias pero, alguna vez nos hemos preguntado ¿cómo afecta a nuestros niños ésta dependencia hacia la tecnología? o ¿qué ejemplo les estamos dando?

El uso y abuso de la tecnología en niños puede llegar a causar diferentes consecuencias, una de éstas es el trastorno de sueño debido a que la mayoría de los aparatos electrónicos se encuentran en la habitación de los niños, de tal forma que los papás no supervisan los horarios, no se dan cuenta del tiempo ni la hora en que los utilizan. Es una constante que los niños aprovechan la madrugada para utilizar tales aparatos, esto reduce sus horas de sueño,  y por tanto, les cuesta despertar y desde luego no alcanzan el 100% de su rendimiento escolar. Esto es de vital importancia, pero no es lo único grave, también lo es la posibilidad de navegar sin restricciones y tener acceso a imágenes, videos o juegos violentos, lo que se ve reflejado en la personalidad, ya que niños expuestos a la violencia en redes, son niños violentos en casa, escuela y entorno al que pertenezcan. Todo lo anterior sin mencionar que estamos frente a una adicción, lo cual es bastante grave.
La tecnología va avanzando día con día, esto puede ser un pro para el humano así como un contra, pues no sólo afecta a los niños sino también a adolescentes y adultos. Entre más tecnológico sea un aparato, menos movimiento requiere la persona, un simple ejemplo es la televisión; anteriormente las personas se tenían que levantar para cambiar el canal, bajar el volumen o apagarla, después existieron los controles que te permitían hacer todo lo anterior a distancia. Hoy en día, hay televisiones que con el movimiento de mano se van cambiando los canales y otras aún más tecnológicas que con la voz se logra manejar todo. Mi punto es que nos volvemos torpes, tendemos a engordar, perdemos agilidad, pues cada vez tenemos menos movimiento, nuestro cerebro deja de trabajar de la forma en que trabajaba antes, la televisión es un ejemplo, pero hay más, ya no recordamos números telefónicos, direcciones de casas, calles principales, no realizamos operaciones matemáticas mentales, no nos preocupamos por la ortografía pues todo lo anterior lo realizan los aparatos por nosotros.  

La Academia Americana de Pediatría y la Sociedad Canadiense de Pediatría recomiendan los siguientes tiempos dependiendo de la edad de los niños.
·         0 a 2 años: Ningún contacto con aparatos electrónicos.
·         3 a 5 años: 3 a 5 horas a la semana.
·         6 a 12 años: 30 min a 1 hora al día.

La explicación que ellos proporcionan, es basada en estudios que a continuación menciono: los niños de 1 a 3 años están en su pleno desarrollo, están absorbiendo todos los estímulos ambientales, los primeros dos años de vida, el cerebro triplica su tamaño y es hasta los seis años cuando adquieren la información y todos los estímulos, se dice que son como esponjas, pues les es fácil retener información y van descubriendo el mundo que los rodea, por lo tanto el uso de estos aparatos a corta edad puede afectar primeramente en lo que absorben, pero aún más grave, pueden afectar su cerebro con déficit de atención, retraso cognitivo, problemas de aprendizaje, aumento de la impulsividad y la disminución de la capacidad de autorregularse sobre todo en sentimientos negativos.

Otro aspecto importante, es la capacidad de socializar, de aprender a relacionarse, comunicarse e interactuar con quienes los rodean y el uso de los apararos electrónicos los aísla del entorno, les impide relacionarse y socializar y esto también afecta la personalidad.

Y, finalmente, hablaré de la autoestima. Muchas madres han recurrido a la tecnología para fungir como “nana” de sus hijos. El cuidado de los hijos hace años recaía en sus madres, poco a poco se ha ido sustituyendo, en lugar de cuidar, cargar, jugar con los hijos, se les pone frente al televisor o se les compran aparatos que los mantengan quietos. Esto se va al subconsciente, al saco del auto-conceptos y no de forma positiva. ¿Qué me dices de sustituir el tiempo y la calidad con premios como estos aparatos? Muchos padres caen en comprar y regalar a sus hijos todo lo que está de moda por culpa y esto tampoco ayuda al desarrollo positivo de su personalidad.

No pretendo evitar que los niños sean amigables con la tecnología, ya que es una realidad que hoy viven y que para competir deben saber usar las herramientas vigentes, presento la información de lo que está sucediendo y lo que están sufriendo los niños sin supervisión y sin límites.  

Los aparatos electrónicos son herramientas, apoyos didácticos, pero sólo eso. Ojalá se pudieran intercalar y combinar con la forma tradicional de juego que desde la Psicología proporciona varias ventajas (de las cuales hablaré en otro documento), sin embargo esta decisión es tan sólo de los padres.
Y tú… ¿qué opinas?



Optimismo y felicidad




Por Ma. del Rocío López


Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad,
un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad.
Winston Churchill

Cuando escuchamos hablar de optimismo, muchas veces nos vienen ideas erróneas. ¿Cuántas veces has pensado: esa persona es tan cursi, tan ciega, tan infantil, tan evasiva, que no tiene la madurez de ver las cosas malas que suceden, vive en un mundo color de rosa? ¡Te aseguro que muchas! Pensamos que las personas optimistas están alejadas de la realidad y que dejan de percibir las situaciones duras que suceden, sin embargo, no es así. El optimismo es un estilo de vida, es una tendencia a ver y juzgar las cosas o a las personas en su aspecto más positivo o más agradable.

¿Aún piensas que ser optimista es algo que no ayuda a vivir en la realidad?

Cierra tus ojos y reflexiona cuántas palabras positivas dices y cuántas negativas. Si participas en las redes sociales, ¿cuántas palabras de acusación, quejas, críticas o indirectas usas? Si conoces a alguien, ¿cuánto tiempo tardas en reconocer sus virtudes? Y sé sincero, ¿tienes la osadía de juzgar y prejuzgar a las personas que no te has dado la oportunidad de conocer?

Los seres humanos tenemos pensamientos automáticos, es decir, un diálogo interno que nos hace interpretar, etiquetar, enjuiciar, provocando en nosotros determinadas emociones. ¿Cómo saber si estamos teniendo pensamientos automáticos? Inician con imágenes mentales que van cambiando de a poco hasta que se tornan en dramáticas, las emociones que se van viviendo también se van transformando. Son pensamientos espontáneos y ¡los creemos! Suelen ir acompañados de palabras como “habría”, “tendría”, “debería” y son difíciles de desviar.

¿Qué nos ayuda a evitar los pensamientos automáticos? Intentar no generalizar, evitar hacer calificaciones negativas, sobre todo de otras personas. No condicionar o proponer cómo deberían actuar y ser los demás y, sobre todo, evitar exagerar el significado de los acontecimientos.

Cuando puedo detectar y descubrirme teniendo pensamientos automáticos, puedo entonces empezar a dominarlos y transformarlos. Esto empieza a dar equilibrio a mi ser. El vivir situaciones difíciles, entornos fuertes, nos condiciona la percepción y, algunas veces, es necesario reconocer que se sale de nuestras manos y que es necesaria la ayuda de un especialista. Otras simplemente requiere de mi esfuerzo.

En el momento en que desde mi esencia salen pensamientos positivos, cuando mi tendencia es a ver y juzgar a las cosas o a las personas en su aspecto más positivo o más agradable, puedo decir que soy optimista.

¡Qué gran logro es hacer esa transformación en mi estilo de vida! Dejar de lado la percepción negativa hacia lo que me rodea y ver lo positivo. En este punto, cuando siento que ya estoy en equilibrio, pues observo mi vida y puedo ver que tengo armonía en mi familia, en mi relación (en caso de tenerla) y que ésta es estable y fuerte, un trabajo que disfruto, vida social, salud mental, tengo la capacidad de disfrutar y divertirme, ¡estoy tan bien! La pregunta entonces es, ¿ya no hay nada más? Y la respuesta es ¡sí, claro que hay algo más!

Salir de una enfermedad mental, de una crisis existencial para llegar al equilibrio y estabilidad, lo logramos a través de técnicas terapéuticas que provienen de la Psicología tradicional. Cuando logro el equilibrio y la estabilidad mencionada, o nunca tuve necesidad de terapia tradicional, estoy lista para iniciar a desarrollar al máximo mis virtudes personales y poder entonces tener la tendencia a ver y juzgar las cosas y a las personas en su aspecto más positivo o más agradable. ¡Sí! ¡Ser optimista!

¿Notas ahora, que ser optimista no es una cursilería, ceguera, ni vivir en un mundo color de rosa? Es una capacidad trascendental, es la punta y cima de la pirámide de Maslow. A este camino se le conoce como Psicología Positiva, se encarga de las emociones y rasgos de carácter que soportan y respaldan la percepción positiva del entorno.

Cabe mencionar que una persona optimista no pierde de vista la objetividad y realidad del mundo, no se ciega ante las circunstancias difíciles, simplemente las transforma en oportunidades, metas o aprendizajes, no se estaciona en lo negativo, lo supera a través de una actitud optimista  y así lo integra en su vida.
Ser positivos, creativos, tener sentido del humor, sentir bienestar, ser optimistas, es a lo que los Psicólogos positivos llaman ser felices. De acuerdo a esta filosofía, ser felices no es el final, sino el camino diario, las cosas cotidianas y simples que nos regalan satisfacción y alegría. La maravilla, entonces, de esta forma de vida es que ser felices ¡es posible! ¿Cómo? Perdonando de corazón, fluyendo y concentrándonos en el aquí y en el ahora, eliminando pensamientos automáticos negativos, disfrutando las simplicidades que da la vida: un café, una sonrisa, una ducha caliente, tener ideales, sonreír, reír, siendo optimistas y desde luego, iniciando un camino espiritual.

Cuando todo lo anterior sucede, cambia nuestra vida incluso en la salud, hay diversos estudios y estadísticas de la Psicología Positiva que demuestran que alguien feliz, desde todo lo que anteriormente he compartido, estimula la protección inmunológica, relaja y mejora la calidad del sueño, ayuda a controlar la presión arterial, reduce las adicciones, reordena el pensamiento, mejora las relaciones con los otros, disminuye las depresiones y el estrés, regala sentimientos de confianza y, claro, mejora la calidad de vida. 

¿Qué más necesitas para motivarte a iniciar una vida optimista y feliz?

Y, ¿sabes?, al igual que todo lo que tiene que ver con el Desarrollo Humano, depende de nuestro despertar de la consciencia y, por tanto, ¡de nosotros mismos! ¡Qué bendición!

Para quienes no ansían sino ver, hay luz bastante;
mas para quienes tienen opuesta disposición, siempre hay bastante oscuridad.
Blaise Pascal

Conversaciones Internas












Por Sachi U. Maeshiro



     
 Hace poco fui a ver una película animada, que en México titularon “Intensamente”. Y uno de los divagues que desató esa peli en mi cabeza fue acerca de qué emoción domina mi mente y el por qué de ello. En la película plantean que las emociones que habitan en nosotros y que manejan nuestra mente son: alegría, disgusto, miedo, furia y tristeza. En ti, ¿cuál de estas emociones dirige tu mente? ¿En qué momentos toma la batuta una, y en cuáles otra?

También plantean que hay sucesos que por alguna razón se vuelven muy especiales y por lo mismo, nos marcan, nos determinan; esos sucesos se convierten en recuerdos muy importantes que dan lugar a nuestra personalidad. Estos acontecimientos quedan “etiquetados” por aquella emoción que dominó en esos momentos. ¿Cuáles son los recuerdos que más te han marcado en la vida?

Pienso que las emociones y los recuerdos van definiendo nuestras conversaciones internas. ¿De qué hablas contigo mismo? ¿Cuáles son los temas de conversación que con mayor frecuencia transitan en tu cabeza? Pero, ¿es esto relevante? Yo creo que sí, porque esas conversaciones definen cómo vivimos la vida. Tal vez podemos pensar que lo que nos sucede y la forma en como lo vivimos, es la verdad, que  “las cosas son como son”. No obstante, si nuestra emoción dominante es la alegría, un viaje puede representar diversión, aventura, una oportunidad de conocer nuevos amigos, unos días en los que podremos relajarnos, la posibilidad de conocer nuevas cosas muy interesantes, etc. Por el otro lado, si la emoción que predomina en nosotros  es el miedo, esa misma situación la podemos vivir como peligrosa, como un momento que nos llena de ansiedad y estrés, como algo desconocido que probablemente no sabremos manejar adecuadamente, un instante con una probabilidad alta de que salga mal, etc.

Pero, no caigamos en la trampa, no se trata, creo yo, de que todo lo vivamos con alegría. Esto también lo proponen en la película: todas las emociones son importantes y tienen un por qué de su existir. Hay que aceptar y reconocer nuestras emociones, pero no quedarnos atorados en ellas. Creo que la clave está en mantener un diálogo constante, en donde como primer paso aceptemos lo que sentimos,  y después escuchemos qué nos quiere decir esa emoción para poder dialogar con ella. Y es vital no olvidar que siempre decidimos: no se trata de negar lo que sentimos, no podemos resolver sentirnos de otra manera, sin embargo en todo momento decidimos cómo  responder  y,  con base en eso, cómo queremos construir nuestra vida.

Para lograr este diálogo saludable  necesitamos ser conscientes de nosotros mismos. Por eso ha llamado mucho mi atención la película, porque me ha ayudado a reflexionar acerca de estas emociones y de cómo moldean mis percepciones, decisiones, y por lo tanto mi vida. Es por eso que surgen esas preguntas que me hago a mí misma, y nuevamente te pregunto: ¿cuál emoción predomina en ti? ¿De qué hablas contigo mismo?

Felicidad












Por: Herica Pulgarín H.


      Vivimos en un constante estado donde nos regimos por leyes, diferentes en cada etapa de nuestras vidas, las que son impuestas en nuestras casas, escuelas, trabajos y sociedad en general, y van cambiando al paso de los años. No contentos con este sinnúmero de normas, nos imponemos al interior de nuestro ser otras tantas para lograr nuestra “realización” personal y las metas que nos trazamos. Obviamente, estas leyes que nos imponemos están predispuestas por los valores que vamos adquiriendo y por los sueños que van creciendo, haciendo de esas normas exteriores e interiores la base de nuestra memoria y personalidad.

Pero, ¿para qué sirve todo esto? ¿Para qué imponernos leyes que nos pueden dificultar la vida? Así no lo creamos, todos los seres humanos venimos con un chip programado para buscar la felicidad, un estado de ánimo que supone cierta satisfacción, el sentirse a gusto, complacido, contento, así sea muy subjetiva la  forma de medirla. Y es así como nos imponemos metas que nos lleven a lograr ese sentimiento de plenitud.  

Para uno de los filósofos contemporáneos más importantes, José Ortega y Gasset, la felicidad se produce cuando coincide lo que él llama “nuestra vida proyectada”, que es aquello que queremos ser, con “nuestra vida efectiva”, que es lo que somos en realidad.

Y si ahondamos en la sociedad en que vivimos, donde encontramos países con un índice de pobreza altísimo, seguido de un grado de indigencia por encima de lo que se podría esperar o desear y los serios problemas en los servicios de salud, sería fácil decir que no existe tal felicidad.
Si analizamos la reciente investigación sobre los países más felices, podríamos decir que no estamos tan mal, pero ¿cómo se mide esa felicidad?


          Según este estudio, vemos como entre los países más felices están: Suiza, Islandia, Dinamarca, Noruega y Canadá, y podríamos estar de acuerdo. En este ranking están los países más infelices como Togo, Burundi y Siria. Hasta ahí no encontramos muchas incongruencias, el problema es cuando nos ponemos a analizar y vemos que entre los primeros 40 – de 158 países encuestados - están países como Costa Rica, México, Brasil, Venezuela, Chile, Argentina, Uruguay y Colombia. Entonces, ¿qué nos hace felices?
           Pues según este informe, la felicidad se calcula de acuerdo a estos siete criterios:

Producto interior bruto per cápita, en términos de paridad de poder adquisitivo ajustado a dólares, según datos del Banco Mundial.
Apoyo social, que es la posibilidad de recibir ayuda de familiares o amigos en caso de «problemas», según una encuesta Gallup (se usa en otras categorías).
La esperanza de vida, según la Organización Mundial de la Salud.
La libertad de tomar decisiones en la vida, según la encuesta.
La generosidad, o cuánto dinero se dona a las ONG, según datos oficiales.
La percepción de la corrupción, tanto del gobierno como de las empresas.
El afecto positivo, que viene a equivaler a «cuánto se ríe la gente», según la encuesta.

El afecto negativo, que mide justo lo contrario: la tristeza y el enfado.
           Entonces si hacemos un promedio entre esa vida proyectada, la efectiva, la esperanza de vida (acomodadas por las compañías de pensiones), la libertad de tomar decisiones (a eso le llaman votar por el corrupto de turno), la generosidad que es más alta entre los seres menos favorecidos y cuánto se ríe la gente; sí, somos felices.

    Somos felices de ser libres, de tener el poder de crearnos metas realistas a nuestro entorno. Logramos la felicidad en diferentes formas y es así como escuchamos constantemente frases como “soy feliz de ser madre”, “soy feliz en mi trabajo”, “soy sexualmente feliz”, “tengo una familia feliz”….

    En últimas, la felicidad es lograr nuestras metas con ingredientes en su punto como el optimismo, razonamiento, prudencia, amor, corazón, respeto, ser autocrítico. Ser feliz es estar tranquilo con uno mismo, así no sean los mismos ingredientes del resto del mundo, es estar por encima del negativismo, es amar lo que se es.

    Logremos la felicidad por encima de todos los pronósticos, dejémonos sorprender por la vida, seamos felices...

      [i]  Informe sobre la Felicidad Mundial 2015  http://econ.sites.olt.ubc.ca/files/2015/04/pdf_WHR15.pdf



    Tomar la vida entre tus manos


      





    Por Angélica Cortés



    Hoy quiero hablarte de la toma de decisiones en nuestra vida, y desde luego de la libertad y la responsabilidad que ello conlleva.

    "Tomar decisiones es un proceso continuo, pero no siempre te das cuenta de cuándo las estas tomando" dice Un curso de Milagros.  

    Para cada cosa que hacemos día a día, requerimos tomar un sinnúmero de decisiones. Si hiciéramos un recuento de todas ellas, sean conscientes o inconscientes, quedaríamos sorprendidos. Me atrevería a decir que nuestra vida se trata por completo de tomar decisiones y ejecutarlas día con día, momento a momento.

    Como es un proceso continuo y, a veces no es llevado a la consciencia, no valoramos adecuadamente su trascendencia en nuestra vida. De otra forma no sería comprensible el que seamos, regularmente, tan poco conscientes de las decisiones que tomamos.

    A veces somos inconscientes a tal grado que nos parece que sus consecuencias han surgido de la nada, por generación espontánea, o que incluso es culpa de otros lo que ocurre en nuestras vidas y hemos sido perjudicados por ellos sin intervenir en el proceso.

    Cierto es que quizá no podamos tener control del total de las circunstancias de nuestra vida, pero lo que si podemos decidir es la forma como reaccionamos ante esas circunstancias. Por más duras que sean, nos dice Vicktor Frankl en su libro El hombre en busca del sentido (Frankl, 2004): “a un hombre no se le puede arrebatar la última de las libertades humanas que es decidir su actitud personal ante un conjunto de circunstancias”.

    De tal forma que, mínima o total, siempre tenemos libertad para decidir lo que hacemos o para reaccionar ante las circunstancias que la vida nos ponga delante. Y decidir algo, sea en el sentido que sea, nos responsabiliza de las consecuencias de esa decisión.  

    Lo paradójico de esta ecuación es que, mientras la libertad para tomar decisiones puede estar limitada por las circunstancias, la responsabilidad sobre nuestras acciones siempre es total, lo queramos o lo consideremos justo o no.

    Ante esta, en apariencia, desequilibrada ecuación, nuestra inmediata reacción es pensar que, dado que no somos totalmente libres para decidir, no somos tampoco responsables de lo que nos acontece, y así vamos por la vida culpabilizando a todos de los que nos pasa.

    Lo malo de esta posición de culpabilizar a otros por lo que nos pasa es que cuando no aceptamos nuestra responsabilidad, negamos también nuestra libertad y nos volvemos entonces juguetes del destino, meros autómatas o, peor aún, ¡víctimas!

    Fernando Savater, en su Ética para amador (Savater, 1991) nos cuenta una anécdota sobre el filósofo romano que puede disuadirte de negar tu libertad y que te transcribo aquí para reflexionar:

    "En la antigüedad, un filósofo romano discutía con un amigo que le negaba la libertad humana y aseguraba que todos los hombres no tienen más remedio que hacer lo que hacen. El filósofo cogió su bastón y comenzó a darle estacazos con toda su fuerza. «¡Para, ya está bien, no me pegues más!», le decía el otro. Y el filósofo, sin dejar de zurrarle, continuó argumentando: «¿No dices que no soy libre y que lo que hago no tengo más remedio que hacerlo? Pues entonces no gastes saliva pidiéndome que pare: soy automático.» Hasta que el amigo no reconoció que el filósofo podía libremente dejar de pegarle, el filósofo no suspendió su paliza."

    Ya me dirás tú qué papel quieres jugar en la vida, pero a mí me parece que es poco grato jugar el papel de autómata o víctima, así que prefiero apostar por la libertad y asumir mi responsabilidad en la vida que quiero vivir.
    Si tú, como yo, te decides por la libertad, en algún momento de la vida creceremos, maduraremos y entenderemos que nuestra vida se encuentra absoluta y completamente en nuestras manos. Que nadie, salvo uno mismo, es responsable de los frutos que obtenemos de ella. Y, en consecuencia, haremos lo posible para que todas nuestras decisiones se ordenen en el camino que nos lleve hacia la mayor realización.



    ¿Te animas a tomar tu vida en las manos o prefieres seguir culpando a otros? 

    martes, 7 de julio de 2015

    La paz comienza en el Corazón




    Por: Angélica Cortés


    Angélica Cortés
    Hace algunos días escuché algo en una conferencia que me dejó pensando y espero te haga reflexionar también a ti.  

    El conferencista nos mostró imágenes de distintas personas, mostrando distintas emociones, personas de todas las razas,  todas las religiones y todas las edades. Lo fascinante no sólo fue ver como los participantes podían sentirse identificados con las imágenes, sino lo que explicó a continuación: “Todos podemos identificarnos con cada una de las emociones reflejadas en estas fotos porque todos, sin importar nuestra posición social, raza, religión, edad las hemos experimentado. Quizá no todos pensamos igual pero todos sentimos igual”.

    Al escuchar lo anterior me pareció encontrar cierta verdad  que trataré de desglosar aquí. Si lo pensamos, efectivamente, todos reímos, lloramos, nos emocionamos, nos enojamos igual y podemos reconocer en otros las emociones que los embargan, podemos distinguir cuando alguien está alegre, triste, preocupado, ensimismado, ilusionado, angustiado, enamorado.   

    Ahora bien, también es una realidad que todos pensamos de manera distinta, quizá debido a que todos tenemos vivencias distintas, circunstancias distintas. Sin embargo,  comúnmente, asumimos que nuestra forma de pensar representa la verdad absoluta. Por tanto, tratamos de demostrar la equivocación de los otros y hacerlos “entrar en razón” imponiendo nuestra forma “correcta” de ver el mundo y para ello empleamos desde la sutil persuasión,  hasta la fuerza bruta.

    Reflexionar en estas dos realidades me llevó a preguntarme si, tal vez, ha sido nuestro enfoque a lo largo de la historia el que ha hecho imposible nuestro entendimiento y colaboración como raza humana al privilegiar el pensamiento al sentimiento.  

    Si observamos nuestros registros históricos donde conmemoramos guerras, matanzas, exterminios, limpiezas raciales, imposición de creencias, conquistas, etc., veremos que todas ellas han sido producidas por diferencias en la forma de pensar. No nos ponemos de acuerdo sobre qué régimen, religión, raza, pueblo posee la verdad absoluta y entonces peleamos para decidirlo por la fuerza; el resultado es que de todas formas no nos ponemos de acuerdo pero dañamos a muchos en el proceso. ¿Por qué entonces no buscar comunicarnos en otro nivel, de otra forma?

    Angélica Cortés
    Si bien entonces, no todos pensamos lo mismo, sí sentimos lo mismo y priorizar esa otra forma en lugar de dar más peso al pensamiento o las creencias puede llevarnos a entendernos en un nivel más profundo que el intelectual: el espiritual, el del corazón, donde yo te puedo entender porque he sentido cosas similares y tú también me puedes entender. Desde ese lugar quizá podríamos comprendernos mejor, ser más tolerantes con las diferencias y necesitar menos tener la razón para sentir más compasión, respeto y amor por el otro.
    ¿De qué me sirve tener la razón, si esa razón me aleja de mi hermano y me hace temerle u odiarle?

    Creo que todos sabemos, porque lo hemos experimentado cundo tratamos de relacionarnos íntimamente con otros, que las barreras que nos ponemos a nivel del pensamiento podemos derribarlas con los sentimientos.
    ¿Cuántas veces hemos conocido a alguien y pensado que es una persona desagradable y luego, con el trato, vamos descubriendo su historia de vida y entendiendo sus circunstancias hasta llegar a estimarle, incluso volvernos los mejores amigos?, ¿cuántas otras nos relacionamos con alguien por lo que creemos que es, pero cuando esa persona no es como imaginábamos que era, o no cumple con la función que le “encomendamos”, dejamos de relacionarnos con ellos sin darles oportunidad de explicarse y sin buscar la forma de entendernos?

    Para encontrar la paz te propongo elegir no juzgar ninguna situación desde el pensamiento sino desde el corazón. Allí encontrarás que si alguien no cree en lo que tú crees, no es tu enemigo, es simplemente alguien que tiene otra creencia y que a pesar de ello podemos tener cosas en común que podamos brindarnos mutuamente. Que si alguien es diferente a ti, no es mejor o peor que tú, es sólo diferente y aún así podremos encontrar en lo interno muchas similitudes porque todos sufrimos, todos nos alegramos y todos buscamos la felicidad. 

    Desde el corazón lo que apreciamos son las similitudes en lugar de las diferencias. ¿Te animas a ver el mundo desde el corazón?



    La frase que da título a este artículo es de S.S. el Dalai Lama.

    De Puentes y Muros



    Por: Sachi U. Maeshiro

    Angélica Cortés
    Creo que si a todos nos preguntaran, la gran mayoría estaríamos a favor de que haya paz en el mundo, ¿cierto?. Sin embargo, la violencia, la agresión y la guerra están presentes todos los días. Sólo basta ver las noticias y mirar a nuestro alrededor para constatar lo anterior. Y por si eso no fuera poco, también podemos observar más de cerca nuestra propia vida, cada día que la conforma,  y es muy probable, por no decir que es algo seguro, que nos topemos con momentos en donde discutimos, peleamos, colisionamos con los otros; en otras palabras: instantes donde el conflicto se hace presente y la tranquilidad perece diluirse.  ¿Cómo queremos un mundo en donde predomine la paz si no lo logramos en nuestros pequeños entornos y comunidades cercanas?

    Para tener un mundo en paz necesitamos tener países, ciudades, pueblos, familias, relaciones, grupos pero, sobretodo, mentes y corazones pacíficos. ¿Y por qué no lo logramos? ¿qué es lo que nos lo impide? Mi mente divagatoria ha pensado en una hipótesis: por los puentes y los muros. ¿A qué me refiero?

    Los puentes nos conectan, unen dos espacios o entes; permiten el tránsito de un lado a otro. En cambio un muro separa, divide, define. Un muro nos ayuda a distinguir donde termina un espacio y en donde inicia otro. Tomando en cuenta lo anterior y pensando en cómo lograr la paz, escogeríamos tener puentes en lugar de muros. Pero, ¿qué sucede en nuestro día a día?, ¿cuántos muros y cuántos puentes construimos?

    Pienso que no es sencillo edificar en nuestra cotidianidad más puentes que muros, sobretodo por la educación que tenemos, por los años de historia que hay detrás de nosotros, hasta por cuestiones físicas y fisiológicas. Simplemente tomando de ejemplo esto último, nuestra piel es un muro; nos separa de los otros, nos ayuda a distinguir donde inicia y termina nuestro cuerpo. Los muros son los que definen el “yo”. ¿Cómo ser nosotros mismos sin muros?  Para tener un “yo” necesitamos de los muros. Y ese “yo”, para “sobrevivir” cuando se siente amenazado, ataca. Es cuando el miedo hace aparición. 

    En cambio para construir un “nosotros” requerimos de los puentes. Pero para poder construirlos se necesita que ambos espacios renuncien a un pedazo de lo que son. En ese pedazo ya no soy “yo”, permito que el “otro” pase, y ya no es territorio mío ni de él. Renuncio, por lo menos en ese punto, a lo que me distingue y además me abro, lo que me hace vulnerable. Es como dejar la puerta de nuestra casa abierta. Entonces, para lograr que ese puente continúe, necesitamos sustituir el miedo por la confianza. Pero, ¿cómo vamos a dejar la puerta abierta?, ¿cómo dejar de pensar en los términos de esto es mío y no tuyo?, ¿de yo tengo la razón y tú no la tienes?, ¿cómo confiar en los otros independientemente de qué piensen y cómo sean?
    Angélica Cortés

    Sin embargo, si queremos que haya paz, pienso que es necesario como un primer paso, reflexionar al respecto, darnos cuenta de este fenómeno de los muros y los puentes, para después poder buscar formas para construir más de estos últimos. Pienso que es muy fácil caer en la trampa mental de pensar que la paz es algo que corresponde a los gobiernos, a las autoridades, a las instituciones, y nos olvidamos de vernos a nosotros mismos para hacernos responsables de la construcción de la misma. La paz, creo yo, no es un concepto intangible, lejano, enorme, que está afuera de nosotros. La paz inicia y se construye en nosotros.

    Necesitamos ir cambiando nuestra forma de pensar y ver la vida, dejar atrás la competencia sin olvidarnos de la excelencia y la satisfacción de las cosas bien realizadas; necesitamos pensar en el bien común y no sólo en el propio; tenemos que romper el paradigma de la selección natural en donde sobrevive el más fuerte.


    Necesitamos soltar, dejar ir, romper el apego, abrazar el vacío; confiar y tener fe; de alguna forma se requiere renunciar al “yo”; saber que todos somos uno, y que el tú y el yo son reales, pero no son ciertos. 



    Burbujas




    Por: Herica Pulgarín Hernández

    Angélica Cortés
    Somos semilla sembrada en un campo fértil, capaces de escoger el mejor camino y abono para nuestras almas; somos humanos, los seres más complejos del universo, tenemos un afán infinito de sobresalir sobre el otro sin importar las semillas que tengamos que aplastar.

    Lo que nos diferencia de los animales es esa conciencia que Descartes definió como una cosa con extensión, la cual hace parte de la evolución para transformar al cuerpo y al mundo. Es así como el ser humano arma ideas basadas en las creencias que se imparten desde el momento de su nacimiento y se van haciendo más fuertes o desestructurándose a medida que se relacionan con sus pares, resquebrajando la imagen que tiene del mundo y abriendo un nuevo caudal de posibilidades para desarrollar su conciencia.

    Dependiendo el nivel de autosugestión de nuestra consciencia y de qué tan fuerte sean esas creencias, podemos implantar en nuestras mentes una imágen de la forma como los demás se deberían comportar en una comunidad; es difícil saber cuál es el absoluto correcto pero no puede salir nada bueno cuando no tenemos claro los límites dentro de nuestro propio ser.

    En nuestras mentes libramos constantemente una batalla, erigiendo y deformando la idea de la convivencia, haciendo de todo tipo de relaciones una guerra en sí misma, pero siempre promulgamos la famosa consigna, “deseo la paz mundial”; y ¿qué es esa paz, además de ser la ausencia de la violencia?

    Entendemos la violencia como todo lo que impide al ser humano desarrollar plenamente su potencial físico, mental y espiritual. Desde esta visión podríamos pensar en un juego de burbujas donde hay personas encerradas en cada una, con creencias diferentes y tratando de imponer su forma de pensar. Las burbujas son libres de volar en diferentes direcciones, pero siempre habrá alguna que trate de estallar el espacio seguro de otra o de apropiarse de su estado libre para aumentar sus posibilidades de desarrollarse. Con este panorama, la paz es definitivamente una simple palabra sin sentido, carece de belleza y es, en últimas, una utopía que cada día se nos desvanece más y se pierde en el tiempo.

    Hay que ser consientes de que vivimos en un mundo donde todos los gobiernos hablan a viva voz de cómo están trabajando por conseguir esa paz tan anhelada, pero no trabajan en transformar primero al individuo, están preocupados por conseguir la paz explotando las burbujas de los que creen están equivocados.

    Para conseguir la paz necesita haber un cambio, una transformación del ser, de su consciencia, estar de acuerdo en las premisas básicas sin desconocer la diversidad de personas como mundos individuales, haciendo válido una evolución a través de la multiplicidad. En un mundo soñado se respetan las creencias básicas de cada época, aunque hay diferentes caminos todos apuntan hacia la misma dirección.
    Sachi U. Maeshiro

    Pero, ¿de verdad es rentable la paz, esa de la que Dalai Lama habló como “… no temor, más amistad, más armonía, más igualdad, iguales oportunidades para todos…”?; ¿existe de verdad la intención de procurar la igualdad en todos los pueblos, de que las oportunidades no se queden sólo en un determinado estrato social?, ¿o la idea de que todas esas personas que viven de la guerra dejen de hacerse ricos a costillas de la sangre de los inocentes?; ¿existen de verdad gobernantes que además de predicar por una paz, estén haciendo lo posible por conseguirla?, ¿o hay algún lugar donde los diálogos de paz no sean una farsa para tener a un pueblo contento con la idea de que volverá a ser libre en su individualidad?; ¿será que de verdad en mi amada Colombia, se podrá conseguir algo más que una sílaba sin sentido, será que lograremos evolucionar?

    En definitiva, la PAZ es un sentimiento que nos queda grande en esta época, para una pandilla de primitivos como nosotros, no nos queda más que tratar de evolucionar en nuestros corazones y lograr estar en paz con nuestros pensamientos, creencias y acciones para poder construir una gran burbuja llena de otras pompas que puedan mostrar su aura sin conflictos con la colectividad.

    DESEO LA PAZ MUNDIAL”, deseo que deje de ser una frase de cajón.

    Paz Interior



    Por: Ma. del Rocío López P.
                                                                                      
    “Si pierde su riqueza, no ha perdido nada;
    Si pierde su salud, habrá perdido algo;
    Pero si pierde su paz interior, lo habrá perdido todo.”
    Pensamiento Oriental

    Angélica Cortés
    Anhelamos vivir en paz, pedimos paz, hablamos de la paz, y ¿a qué le llamamos paz? Paz es el término que damos al estado de ausencia de conflictos, luchas o guerras. Actualmente y debido a muchas causas, estamos viviendo un estado de ausencia, pero de ausencia de paz.

    La violencia se ha convertido, tristemente, en la forma normal y cotidiana de relacionarnos con los demás. Puedo no saludar o sonreír, pero no dejo pasar la oportunidad de mirar mal e incluso ofender a quien nos altera en la sociedad.  

    Si me hago la pregunta: ¿estoy nervios@, intranquil@ o tens@? Y respondo sí a alguno de esos estados, definitivamente no tengo paz. Cierto es que los tiempos no ayudan, la competencia personal y laboral, las ciudades y estilos de vida, entre otras causas, nos han robado la paz. Pero, ¿debemos conformarnos y bajar la mirada y los brazos ante esto? ¡No! El reto es darnos cuenta, ser conscientes de que estamos perdiendo nuestra paz interior, nos perdemos entre la masa, nos contagiamos sin oponernos. Estamos perdiendo la paz, la tranquilidad y ¡no la defendemos!

    Recuperar esta tan valiosa paz, es una necesidad, y debe ser desde nuestro interior para lograr el equilibrio pleno, que nada de lo que se encuentra fuera de nosotros pueda ponerlo en riesgo. Fortalecer nuestra interioridad y brindarla a la humanidad.

    Cada ser es único e irrepetible y vive la vida de forma también única, por tanto, cada ser debe encontrar la forma en que puede ponerse en paz, recuperando su equilibrio.
    ¿Qué partes de mí deben estar en equilibrio? Somos holísticos, tenemos dimensiones que nos integran como seres completos, somos cuerpos físicos, intelectuales, emocionales, sociales y espirituales. 
    Revisemos cómo nos hemos desarrollado en cada aspecto y qué situaciones en cada dimensión nos producen intranquilidad, tensión o nervios.

    Revisemos nuestros pensamientos automáticos, ¿cuántos de ellos nos alteran y roban la paz sin ser ciertos?, ¿cuántas veces nuestra tendencia nos juega bromas pesadas? Descubramos esas tendencias: ¿me apresuro a pensar mal?, ¿a juzgar sin conocer?, ¿a sacar conclusiones anticipadas? Nuestros pensamientos automáticos condicionan y provocan emociones que nos brindan o roban la paz. Recuperemos la capacidad de pensar positivo, de ser optimistas y pacientes antes de concluir.

    Y, ¿has observado tu actitud ante los cambios? El dolor, el miedo, el sufrimiento, se dan por resistir los cambios, por no fluir. Es válido sentirlos y vivirlos, son un escape que el cuerpo utiliza para volver al equilibrio, pero ¿cuántas veces nos estacionamos en ellos? Aprender la subida y bajada que proporciona estar vivos y sentir las diversas emociones nos brinda paz, objetar y resistir, estacionar o reprimir emociones, nos la roba.

    Vivir en los valores de forma congruente, aquellos que rescato como míos y que no me son impuestos, vivir de acuerdo a lo que creo y soy, también brinda paz. La discreción, el respeto, la responsabilidad, la compasión, etc., además de hacernos valiosos, nos mantienen alejados de los conflictos, y por tanto, en paz.

    La organización y administración de nuestro tiempo, regalarnos minutos al día para reflexionar, relajarnos, meditar, orar, dormir, y sobre todo, realizar una actividad que nos gusta. El torbellino citadino nos tiene secuestrados, y si reflexionamos si en las 24 horas del día realizamos algo que nos apasiona, es muy probable que digamos ¡no! ¡Y es grave!

    Respiración, relajación y meditación, cuánto bien le hacen a nuestro ser, cuánta paz nos brindan. El hábito de separar y respetar minutos del día para realizarlo, nos recompensará en armonía, equilibrio y paz. Angélica nos proporcionó una serie de ideas y sugerencias fundamentadas en este arte.
    Perdonar, soltar, abandonar rencores, odios, resentimientos, mentiras, es una opción de amor a nosotros mismos y a nuestra paz interior también.

    Trabajar nuestra autoestima: observarnos, aceptarnos, amarnos y valorarnos nos brinda la satisfacción personal, la alegría de ser quienes somos, sin máscaras y sin complacencias a los demás. Vivir de acuerdo a los caprichos de los otros y demandas sociales, ¡nos roba paz y vida! Tener la libertad de ser como soy, es otra forma de encontrar la paz interior.

    ¡Amar! ¡Amar! ¡Amar! Nada hay más bello que amar. A la naturaleza, a los animales, a nuestro trabajo, a las personas, a todo lo que se pueda amar. Permitir que nuestro corazón lata por algo o alguien, dejar fluir ese amor, mostrarlo y demostrarlo. Llenarnos con él, disfrutarlo y ¡vivirlo!
    La paz interior la conseguimos cuando expulsamos los conflictos y luchas que física, mental y emocionalmente tenemos. Cuando nos atrevemos a defendernos de nosotros mismos y de lo exterior. 

    ¡Cuando tomamos nuestra paz en las manos y la vivimos día a día!

    “A través de la paz interior se puede conseguir la paz mundial.
    Aquí la responsabilidad individual es bastante clara
    Ya que la atmósfera de paz debe ser creada dentro de uno mismo,
    Entonces se podrá crear en la familia, y después en la comunidad.”
    Dalai Lama